sábado, 6 de septiembre de 2008

De la importancia de un archivero

Desde hace unos meses sufro el dolor y malestar de las obras en casa. Sí, ese mal por el que todos pasamos al menos una vez en la vida y del que es imposible escapar, ni tampoco los pobres y sufridos vecinos.

Hacer obras en casa supone dejar todo patas arriba de modo y manera que luego hay que hacer esfuerzos ímprobos para que uno se acuerde de dónde iba cada cosa antes del huracán. En esas me vi para recolocar todos y cada uno de los libros que albergaba mi casa-biblioteca. Al final he llegado a la conclusión de que hubiera sido mejor contratar un archivero, porque me consta que los libros que hay en mi casa debieron de ser el regalo de novios de Isabel a Fernando...

Y no sólo eso, sino que todas y cada una de las colecciones de Reader´s Digest (¿existe aún?) están también almacenadas en las estanterías que pueblan a sus anchas las parédes de mi hogar. Esos libros tan útiles como "El libro Guiness de los records", "Mil y un trucos para tu casa", "Los porqués de la Humanidad" y un largo etcétera de libros-armario sobre cómo hacer huevos sin aceite, que tan estupendamente adornan las baldas.

En fin, sobra decir que aprovechando la coyuntura he llevado a cabo la altruista labor de donar gratamente dichos libros a las bibliotecas públicas por si algún alma herrante tiene interés en saber cómo hacer bolillos o cuántas gotas de agua caben en un vaso de agua...

Esas son las obras. A cambio de todo el mal que he ocasionado a mis resignados vecinos haré una labor social a las bibliotecas municipales, dejándome llevar por mi espíritu socialista que en acciones como ésta de vez en cuando asoma. Como contrapeso del espíritu privatizante y privatizador que invade nuestra corte y villa...pero esa es otra cuestión.